El sonido de la guillotina

Un silbido y un golpe seco para ser una mártir carmelita.


El sonido de la guillotina
La Toilette des Morts (Edward Matthew Ward)

El final de Diálogo de Carmelitas, de Francis Poulenc, es uno de los más impactantes de la historia de la ópera y fue clave para que, tras su estreno en 1957, se convirtiera en una de las más representadas de las compuestas en el siglo XX.

Cuenta la historia real de las Mártires de Compiègne, dieciséis carmelitas ejecutadas en la guillotina durante los años posteriores a la Revolución Francesa. Las monjas fueron beatificadas a comienzos del siglo XX y actualmente se encuentran en proceso de santificación.

Sobre esta conocida historia escribió un relato corto la novelista Gertrud von Le Fort, que posteriormente fue llevado a guion cinematográfico por Georges Bernanos, pero la película nunca se llegó a rodar. El texto llegó a manos de Poulenc que decidió convertirlo en ópera.

Las carmelitas originales se acercaron al cadalso situado en la actual Plaza de la Nación de París mientras entonaban cánticos religiosos, entre ellos un Salve Regina. Por eso, el compositor francés decidió cerrar su ópera con ese mismo himno. A medida que cada una de las dieciséis monjas es decapitada, el coro se hace cada vez más y más tenue hasta que tras la última ejecución el silencio se hace en la escena.

Pero lo más impactante es el sonido de la guillotina, que Poulenc indicó expresamente en la partitura, y que se escucha dieciséis veces, el mismo número de ajusticiadas. Debía ser “pesado y apagado”, mientras que el coro se detiene súbitamente unos instantes tras cada caída de la hoja.

La forma en la que la orquesta ejecuta ese sonido depende de cada producción operística. La forma más habitual es que sean dos los percusionistas involucrados. Uno de ellos hace un glissando con un objeto metálico para representar la caída de la guillotina que detiene de forma brusca para que el otro percusionista simule el golpe con el cuello, a veces con un instrumento llamado slapstick o látigo, consistente en dos maderas unidas por una bisagra que al cerrarse producen un sonido similar a un látigo.

En ocasiones el sonido de la guillotina está pregrabado, lo que permite utilizar efectos sonoros más impactantes, casi cinematográficos. Su reproducción amplificada la debe realizar un técnico de sonido siguiendo las indicaciones precisas del director de orquesta, para dejarse oír en el momento exacto marcado en la partitura.

En una reciente producción de la ópera, los responsables de escena trataron de generar un sonido especial pero no encontraban la mejor forma de hacerlo. Probaron con diferentes cuchillos o hachas sin éxito. Al final utilizaron una guillotina real, pero no de la revolución francesa sino de papel. Estaba lo suficientemente oxidada para crear un silbido estridente.

El que sí podría haber usado una guillotina real fue Poulenc en el estreno de su ópera en la Scala de Milán, porque Francia aun las utilizaba. El último ejecutado por este método perdió su cabeza en 1977, casi dos siglos después de la Mártires de Compiègne.

Como escribieron Berlanga-Azcona: “Me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano. ¿Es mejor la guillotina? ¿Usted cree que se puede enterrar a un hombre hecho pedazos?


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